jueves, 15 de agosto de 2013

El Bucle Melancólico de Jon Juaristi...16 años después...

"Si cada uno No creyera que hace lo que quiere 
sería imposible que hiciera lo que le mandan."
(Agustín García Calvo)

Jon Juaristi en la página 375 de "El Bucle Melancólico: 

"...contra nuestra incauta generación del 68, 
sobre la que lanzó Pier Paolo Pasolini 
el más piadoso de sus anatemas:
 

"Viniste al mundo, que era grande 
y, sin embargo, tan sencillo, 
y en él hallaste a quien se reía de la tradición,
y tú tomaste al pie de la letra 

esa ironía finamente traviesa, 
erigiendo barreras juveniles 
contra la clase dominante del pasado. 

La juventud pasa pronto, Generación infortunada:
 

llegarás a la mediana edad y luego a la vejez
sin haber gozado de lo que tenías derecho a gozar,
y que no se goza sin ansia ni humildad,
y comprenderás que serviste al mundo
contra el que «llevaste adelante la lucha»:
 

era él quien quería arrojar descrédito sobre la historia —la suya; 

era él quien quería hacer tabla rasa del pasado —el suyo; 

generación infortunada, 
y tú obedeciste 
desobedeciendo."




Jon Juaristi en las páginas 31 y siguientes de "El Bucle Melancólico:

"El propio Freud menciona, entre las causas desencadenantes de procesos melancólicos, la pérdida de la patria. 

No por casualidad su célebre ensayo sobre la aflicción y la melancolía fue escrito en los días posteriores a la muerte del emperador Franz Joseph, en 1916, cuando muchos patriotas austriacos —y, en especial, muchos judíos que, como Freud, se habían sentido, bajo los últimos Habsburgo, a resguardo del antisemitismo de sus compatriotas— comprendieron que la desaparición del anciano monarca preludiaba el inevitable estallido del imperio. 

La melancolía nacionalista, como la melancolía imperial, es una variante de la melancolía derivada de la pérdida de la patria, pero hay una importante diferencia entre ambas. Al contrario que en el caso de los afligidos por la pérdida del imperio, los nacionalistas no lloran, una pérdida real. 

La nación no preexiste al nacionalismo.

Claudio Magris ha rescatado recientemente una brillante parábola de la melancolía imperial. 

Se trata de Dritter November 1918, un drama del escritor antifascista Franz Theodor Csokor, estrenado en 1935. 

En él se narran los momentos finales de un regimiento austrohúngaro disuelto tras el armisticio: 

«Los oficiales, provenientes de diversas nacionalidades del imperio, que hasta aquel momento se habían sentido "austriacos", se sienten de improviso pertenecientes a las nuevas patrias, que además se encuentran a menudo en una furibunda disensión recíproca. 

Con el fin del imperio termina también la fraterna solidaridad entre los oficiales, que se preparan para convertirse en enemigos o a dispararse entre sí. 

Cuando el coronel del regimiento muere y es sepultado, cada uno de estos oficiales echa un puñado de tierra en la tumba y, mientras la echa, dice en voz alta que echa ese puñado de tierra en nombre de su nueva patria, es decir, en nombre de Croacia, de Italia, de Checoeslovaquia, y así sucesivamente. 

Sólo el doctor Grün, el oficial médico, que es judío, echa un puñado de tierra diciendo "tierra de Austria". Los otros tienen una patria en la que pueden reconocerse; el oficial médico judío, en cambio, no la tiene, porque ha perdido su única patria posible, precisamente por ser supranacional.» 

" Nótese que las patrias invocadas por los oficiales de las diversas nacionalidades son nuevas, no antiguas patrias restauradas. Pero hay en la parábola de Csokor algo que creo aún más relevante: 

el único patriotismo que han conocido hasta entonces los oficiales en cuestión es el imperial.

Checos, croatas o italianos, sin necesidad de negar su pertenencia a una nacionalidad concreta, han otorgado su lealtad a una patria común cuya desaparición es la verdadera causa que les impulsa a inventar (es decir, a descubrir, a encontrar) otras patrias supuestamente olvidadas, ancestrales, que han debido perderse para poder ser recobradas. 

En realidad, lo único que se ha perdido es el imperio, que es precisamente lo que Csokor añora al contraponer, mediante la figura del médico judío (el único de los oficiales que no tiene una función bélica, sino humanitaria), una idea supranacional y pacífica al chovinismo de las pequeñas naciones." 

(Claudio Magris, «Mitteleuropa: realidad y mito de una palabra», en Letra Internacional, 10, verano de 1988, pág. 4.)


 De igual manera, puede afirmarse que nunca se perdió una patria gallega, catalana o vasca, sino un imperio —el español— del que habían sido fieles soportes los gallegos, catalanes, asturianos, aragoneses, castellanos, andaluces, extremeños y, no faltaba más, los vascos. 

Nada tiene de extraño, en tal sentido, que fuera precisamente la crisis de la última década del XIX, con la guerra de Cuba y Filipinas, el contexto en el que emergieron los nacionalismos periféricos, estrictamente contemporáneos de los regeneracionismos y del nacionalismo español de la generación del 98. 

Porque el nacionalismo vasco no fue en su origen (o lo fue solamente en sus aspectos más superficiales) una reacción a la industrialización del país y -a la consiguiente crisis de la sociedad tradicional, como se ha dicho repetidamente, sino una consecuencia directa de la disolución del imperio. 

En ese contexto —el de los años inmediatamente anteriores y posteriores al Desastre— comienza la elaboración delirante del mito nacionalista de una primitiva patria vasca que habría perecido bajo la opresión de la España Imperial. 

Sabino Arana Goiri, antiguo tradicionalista que guardaba el rencor de una derrota bélica y, de una ruina familiar derivada de aquella, fue el primer vasco en soñar el sueño melancólico de la resurrección de Euskadi (fue, de hecho, el inventor de Euskadi y de su muerte) y acaso también el primero en intuir confusamente que sólo habiendo perdido una patria que nunca existió le sería posible curarse de sus humillaciones reales. 

Perder para ganar: 

estrategia revanchista de los que han sido heridos no en la patria, 
sino en el patrimonio.

Nadie es autor por entero de sus libros, aunque hayan sido escritos en estricta soledad, lo que no es el caso de este. 


Las ideas que espero mancillen algunas de sus páginas han ido surgiendo a lo largo de una conversación entre amigos que ya ha durado décadas. 

Quiero agradecer los estímulos que las hicieron nacer —ya que no endosar la paternidad de las mismas— a Javier Corcuera y a Patxo Unzueta, que me han ofrecido además un decisivo apoyo logístico al poner a mi disposición sus archivos personales. 

Y hago constar mi tardía e inútil gratitud a aquel con quien cada día que pasa va acrecentando mi deuda: 

Gabriel del Moral Zabala. 

Diez años después de su muerte, Gabriel, 

el primero de nosotros que pasó de la resistencia nacionalista contra el franquismo 
a la resistencia democrática al totalitarismo, 

sigue siendo el maestro que va siempre conmigo 
y el censor ideal a cuyo juicio implacable someto mis borradores."


 Jon Juaristi "El Bucle Melancólico", ed. Espasa Calpe Madrid 1997










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