domingo, 31 de marzo de 2013

Los oídos del poeta: Agustín García Calvo y José María Valverde in memorian.

"La sordera de los escritores...

Más grave es, sin embargo, que mientras que los ideales tecnológicos amenazan con desvirtuar la literatura, los propios literatos se vayan volviendo sordos a su propia voz. 


Hará unos veinte o veinticinco años, uno de los dos más difundidos semanarios norteamericanos encargó un reportaje sobre el estado de cosas poéticas en el país. 

El periodista visitó a los principales poetas —casi todos ellos Poetas en Residencia en alguna Universidad—, haciéndoles un interrogatorio, un tanto capcioso, ya que servía más bien como preparativo para las preguntas finales: 

cuál era su maestro poético más admirado, y si el interrogado era capaz de decir de memoria un poema de ese maestro, o, al menos, un verso o dos. 

Los poetas, casi sin excepción, se mostraron incapaces de tal recitado, e incluso en muchos casos rechazaron tal petición como una impertinencia. 

La conclusión del informador era inevitable: la poesía había dejado de existir en el país.
(Aunque, allá como hoy acá, prospere esa «nueva juglaría» que son los cantautores, cuya calidad poética, sin embargo, suele ser muy endeble, aun en los casos con pretensiones literarias de «poetas en libro» —tipo Leonard Cohen—).

Con el tiempo, también en los países no tan desarrollados vamos perdiendo el oído literario de que aún disponían otras generaciones, demostrado en su buena memoria: 


yo he oído, por ejemplo, a Dámaso Alonso y Leopoldo Panero rivalizar recitando el Responso a Verlaine, (luego, colgados todos de un tranvía, Dámaso nos lanzaba, de estribo a estribo, la Lettre du Mexique, de Corbiére, y por cierto, según descubrí luego, en una versión diferente, acaso mejor, de la que anda en libro).

Hace poco, con el regresado Alberti, me fue fácil hacerle decir centenares de versos, no sólo, como preveía, de Góngora, sino de Antonio Machado. 

Y aunque no fuera tan de memoria, recuerdo, hace unos treinta años, en Madrid, las frecuentes y larguísimas «leídas» mutuas entre poetas españoles e hispanoamericanos —éstos aportaban un nuevo saboreo de la palabra dicha, que entre nosotros se iba haciendo más insípida—. 

En cambio, hace poco, cuando un joven poeta amigo me invitó a oficiar esa extraña ceremonia que es la «presentación» de un libro, y yo, tras de poco hablar, le pedí que nos leyera los poemas que le iba a señalar, se me echó atrás en redondo, alegando: —Yo no escribo mis poemas para leerlos en voz alta."

(José María Valverde "LA LITERATURA Qué era y qué es" Montesinos BCN 1982)



 "Tantos años parece que van ya desde que se cumplió debidamente entre nosotros, con los románticos y modernistas y las bravas sacudidas de los -ismos de los años ventitantos, la rotura de los rígidos moldes versificadores de la pobre tradición culta y aureosecular, con sus endecasílabos y alejandrinos y sus rimas consonantes, y luego la técnica del lenguaje poético ha quedado reducida a descuido pedestre y vaguedades metafísicas; de tal modo que, cuando por azar se leen ejemplos de la poesía (tan ingeniosa y desgarrada, por lo demás, a veces) que se siguen publicando, lo que uno encuentra de ordinario es o bien el viejo endecasílabo (y sus membra disiecta) tipográficamente disimulado, pero no de veras olvidado y destruido, o bien la mera prosa, que a veces, con la disposición tipográfica, se pretende hacer pasar por otro que no es (no ignoran tampoco ese expediente tipográfico los técnicos de la propaganda, que ahora con frecuencia imprimen la infame prosa de sus anuncios como si fueran versos).

91. Y se confía acaso en que la recitación del oyente (mero lector generalmente) lo remedie. Pero el poeta, si tiene derecho a esperar todo de la colaboración de los "oídos" del hablante de su mismo lenguaje en punto a la producción del ritmo, (v. §§ 21-23), no debe en cambio esperar nada de su "voz" para la creación de un ritmo donde no lo hay: es la estructura misma de las frases y las sílabas en el poema lo que ha de provocar, según las reglas rítmicas subconscientes del habla llana, el sentimiento y la recitación del ritmo en cualesquiera que, sin ser técnicos y conscientes, lo oigan o solamente que lo lean.


92. Y ya sé que, dada la situación de nuestras industrias culturales y sus mitos compensatorios, si son pocos los que descaradamente afirmen que pueda haber sin ritmo poético producción poética, son en cambio muchos los que, naturalmente, por una sublimación de la palabra ritmo (que se aplica incluso a las organizaciones visuales), recurren a no sé qué ritmo "interior", de las ideas o las imágenes o de otras pinturerías por el estilo; como si eso no lo hubieran conocido de siempre las artes de la poesía, y como si pudiera venir a ser un sustitutivo, y no la inseparable y necesaria eflorescencia, de lo otro, del ritmo propiamente dicho. ¿Tan enseñados nos ha dejado la Teología a separar en dos el cuerpo y alma? Incrédulo ha de ser el poeta, tanto como piadoso.
 

93. Pues "doble es la función de la poesía" que decía el otro: "nos consuela de la cárcel, pero también nos la recuerda"; y si lo que tiene de encantadora y deleitosa no puede ejercerlo sin el talismán del ritmo, que es el aliento mismo de su lenguaje, lo que tenga de rebelde y destructora de la lengua establecida, y a través de ella del Estado que sustenta, eso no podrá directamente hacerlo (si es que puede de algún modo, que eso nunca lo sabremos) como tratan de hacerlo la dialéctica y la Historia, por lo que las palabras cuentan, dicen o se contradicen, sino por sus medios propios; y sean éstos cualesquiera otros que sean, no son desde luego el abandono del ritmo (que ello no puede ser más que la sumisión a la ley del ritmo o silabeo de la prosa cotidiana), sino más bien la exageración de la ley del ritmo hasta dar en el ritmo justo y aritmético (todo después lo rico y variado que cada poema pida), que por ser justamente el ritmo con que en la vida corriente no se habla, es por ello la revelación del ritmo y de la ley del tiempo a que la vida nace sometida.
 

94. ¿Me permitiría decir grandilocuentemente que el ritmo poético, a la vez que contradice absurdamente, a la vez sugiere el habla sin tiempo del paraíso terrenal? En todo caso, no deberíamos olvidar que lenguaje de fiesta son la canción y la poesía, rompiendo con su fiebre aritmética en la serie del ritmo laboral y cotidiano.

95. Ni sé siquiera si hay tal cosa en el mundo como esto que estoy llamando poesía, o si le ha dado muerte, por un lado, la torpe visualidad de la cultura (aunque ¿no había un sabio desenfrenado que pronosticaba el retorno a una cultura de ondas auditivas, y no se sentía, por más que fuera dura y violentamente, volver a florecer la canción en nuestro mundo?) y si, por otro lado, la horrísona arritmia (o la hiperritmia, que es lo mismo) de la industria y el comercio habrá acabado con toda posibilidad de los juegos rítmicos del lenguaje.
 

96. Pero en fin, en ritmo como en lo demás, cuestión de azar y combinatoria es la poesía, juego de repetición y suerte; y así, por si acaso, si algunos siguen naciendo que se sienten enamorados de hacer versos, como antaño Ovidio, que al jurarle al Padre no hacer más versos, no podía menos de jurárselo en hexámetros y pentámetros dactílicos, acaso entonces, ya que los hacemos, más valdría tal vez que los hiciéramos.
 

97. Hacer palpitar extrañamente con el ensalmo de los ritmos justos los corazones de las gentes y dejar grabadas por la exactitud de sus números algunas palabras en las memorias es dulce y poderosa tentación; pero, así como nadie puede hacer poesía sin haber sufrido en uno mismo el sufrimiento de la gente, así tampoco ha producido nadie nunca fórmulas palpitantes y memorables sin haber antes, de las tradiciones del lenguaje rítmico del pueblo, contraído en su cuerpo esa técnica o manía de la métrica y versificación. Y, al fin y al cabo, si todo el mundo está sometido en su producción a la obligación del ritmo, nadie tampoco está obligado a hablar en verso."
 

Agustín García Calvo "Hablando de lo que habla" París, mayo junio 1974.











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