sábado, 18 de febrero de 2012

Otra Historia de Cataluña .El Libro de Estilo de Catatònia Triomfant




Desde hace 150 años hacen y deshacen a su antojo en Catalunya. Se trata de 300 familias ligadas por lazos de parentesco endogámicos que acumulan patrimonio, lo fusionan, a través de matrimonios de sus hijos e hijas y controlan los negocios, la sociedad, la cultura y la política catalana. Ellos construyeron el catalanismo político y ellos lo han gestionado en exclusiva. No se han enterado todavía, pero su ciclo toca a su fin. Su canto del cisne han sido los casos Palau y Pretoria, tras los cuales nada será igual en Catalunya.

Félix Millet era algo más que un estafador (presunto, claro, porque en la Catalunya de la oligarquía todo es presunto a la espera de que el proceso jamás se celebre) especializado en desviar fondos del Palau de la Música a sus cuentas de gastos personales hasta más allá de lo grotesco y mezquino. Félix Millet era sobre todo “un patriota catalán”, penúltimo vástago de un linaje decimonónico vinculado a los negocios y al catalanismo político. Su modo de actuar denota una sensación de impunidad absoluta. Desde 2002 la Sindicatura de Comptes (el equivalente catalán del Tribunal de Cuentas) detectó anormalidades, las cuales no impidió que la Generalitat y otras instituciones condecoraran y honraran a Millet.

El despacho de este “prócer catalán” en el Palau era frecuentemente visitado por los grandes nombres de la sociedad y de los negocios locales. No iban allí para pedir favores o recomendaciones sino para dar dinero. Y es raro, porque Millet, habitualmente era quien les llamaba y les solicitaba donaciones. Su orgullo y soberbia llegaban hasta el punto de no desplazarse a la oficina de los que sableaba, sino que los citaba en la suya seguramente para jugar en terreno propio.

Esbozo histórico: hacia una “música nacional de Catalunya”


Félix Millet llevaba treinta años al frente del Palau de la Música. La música le importaba, literalmente, un pepino, pero el lugar, en tanto que uno de los centros históricos de relaciones entre la oligarquía catalana desde principios del siglo XX, era una institución que permitía conmover a los patricios de las 300 familias de la alta burguesía y obtener de ellos jugosas donaciones. Desde que el Conde de Güell, en el último tercio del siglo XIX, financiaba de su bolsillo todas las actividades catalanistas, existía en esos círculos “ilustrados” la noción de crear una “música nacional de Catalunya”. El Gran Teatro del Liceo no parecía el lugar más adecuado para ello.

Las óperas wagnerianas, al decir de aquella generación catalanista, eran “paganas” y, en cualquier caso, poco católicas y nada catalanas. Sin embargo, era lo que los amantes de la música exigían en aquella época. El wagnerianismo penetró profundamente en los gustos de la aristocracia económica del Liceo de la misma forma que las masas corales se habían extendido entre las clases populares gracias a la obra de Anselm Clavé, francmasón y socialista utópico. Clavé se había inspirado en el libro Viaje a Icaria, de Etienne Cabet (uno de los padres del comunismo utópico cuyo pensamiento logró penetrar profundamente en los círculos revolucionarios barceloneses). Cabet contaba que en su sociedad ideal icariana los obreros irían cantando al trabajo y trabajarían cantando coralmente para establecer vínculos fraternos entre todos ellos. Anselm Clavé llevó esta idea a la práctica y, desde entonces, las masas corales siempre han tenido cierta raigambre popular en Barcelona. Pero el Conde de Güell no estaba cómodo ni con las óperas wagnerianas seguidas por la alta burguesía, ni con las masas corales que atraían a las clases populares frecuentemente impregnadas del naciente socialismo. En efecto, ni en unas ni en otras se encontraba ese carácter catalanista que tanto ansiaba. De ahí que propusiera la construcción de una “música nacional de Catalunya” y para ello estuviera dispuesto a poner sobre la mesa sus ingentes y casi ilimitados fondos.

Güell fracasó a la hora de crear una “ópera nacional catalana” capaz de rivalizar con el wagnerianismo. Aprovechando que el mecenas tenía grandes propiedades en las costas del Garraf, un músico que formaba parte del entorno de los Güell, García Robles, decidió dedicar una ópera peripatética a esta comarca. La ópera se llamó “Garraf” y sería difícil decidir si la música compuesta por García Robles era lo peor o lo farragoso del texto escrito por el poeta Ramón Picó i Campañas, secretario personal del Conde de Güell, deslucía más la obra… Robles, por cierto, escribió para el Orfeón Catalán un “Himno a la Bandera Catalana” y la trilogía “Catalonia” evidenciando que hacía todo lo que podía para satisfacer al mecenas.

Más fortuna tuvo el Orfeón Catalán, sociedad coral fundada en 1891, surgido de las masas corales de Clavé “catalanizadas”. El Orfeón fue fundado por Lluís Millet i Pagés y para darle una sede social se construyó el Palau de la Música Catalana cuyo sobrino-nieto saqueó en los últimos 30 años. En Catalunya se dice que los padres crean las empresas, los hijos las expanden y los nietos las destruyen… Con algunas diferencias, más o menos, esto fue lo que ocurrió en el Palau de la Música

Félix Millet padre, hombre clave del catalanismo político de postguerra.

Tenía algo de razón Félix Millet cuando consideraba el Palau de la Música y el Orfeón Catalán como una especie de jardín familiar. Si Lluís Millet y Pagés (1867-1943) fundó estas instituciones con la única intención de reforzar el catalanismo político y su intención de “construcción de una música nacional de Catalunya”, fue el arquitecto Domenec i Montaner (otro catalanista que, naturalmente, proponía la creación de una “arquitectura nacional de Catalunya”… de la que él, Gaudí y Puig i Cadafalch serían sus máximos exponentes) llevó a cabo el proyecto que se inauguró en 1908. Las 300 familias encabezadas por Güell financiaron el edificio que siempre destacó por su excelente sonoridad y la discutible calidad estética de los exteriores.

Félix Millet i Maristany (1903-1967), sobrino del fundador se crió entre el ambiente catalanista del Palau y los jesuitas de Caspe que no lograron hacer carrera del zagal. Éste optó como toda la alta burguesía catalana de la época, por la política de las fusiones familiares que entrañaban también fusiones económicas, y casó con la “pubilla” (hija mayor de una familia, destinada a recibir la herencia) de la familia Tusell, clan de industriales, entre cuyos negocios figuraba una agencia de seguros al frente de la cual fue colocado el papá del protagonista del “Caso Palau”.

En esa época, prácticamente todo el nacionalismo catalán era, como el vasco, católico y Félix Millet padre, siguiendo órdenes del obispado de Barcelona creó a sus expensas la Federació de Joves Cristians de Catalunya (FEJOC) en 1931 y pocas semanas después, de Unió Democrática de Catalunya. Al estallar la Guerra Civil, la FEJOC sufrió 400 bajas la mayoría asesinados por la FAI. Los Millet lograron escapar hasta la Italia fascista en donde papa Félix se hizo cargo de una empresa de seguros italiana que en plena guerra instaló en la Sevilla de Queipo de Llano. Pero Félix Millet hizo algo más en los últimos meses de guerra, mientas gente de su edad daba la vida en los frentes: hizo negocios.

Con los dineros obtenidos compró la Compañía Hispano-Americana de Seguros y Reaseguros, empresa que trabajaba con el gobierno fascista italiano durante la primera fase de la II Guerra Mundial. Las empresas vetadas por los aliados por estar vinculados visiblemente a la Italia fascista eran sustituidas por una tapadera, la compañía de Félix Millet. Eso le permitió amasar una gran fortuna y comprar el Banco Popular de Previsión a través del cual trabajaría luego con el poderoso sector bancario del Opus Dei. Por si esto fuera poco, la compañía italiana para la que había trabajado, en agradecimiento a los servicios prestados le regaló el 25% de acciones del Banco Vitalicio. Entre este pequeño holding bancario y los seguros, Millet se convirtió en una de las grandes fortunas de la Catalunya de postguerra y como tal participó en grandes negocios en la Europa destrozada que surgió de la II Guerra Mundial. Sus negocios de seguros abarcaron todos los países de Europa Occidental incluyendo Alemania, Francia e Italia y llevando sus tentáculos a la por entonces próspera República Argentina.

En 1941 impulsó la renovación de los Jocs Florals y financió la creación de la Sociedad Benéfica Minerva que ayudaba económicamente a los intelectuales catalanistas en el exilio que deseaban volver. En 1947 tuvo lugar un hecho cuya importancia generalmente no se valora en su justa medida. El catalanismo empezó su reconstrucción. Esta no se hizo a través de movimientos políticos, sino mediante iniciativas religiosas y culturales. El mejor prosista en lengua catalana, Josep Pla, había dado la idea de reeditar las obras de Verdaguer (a partir de 1940 ya se publicaron sin el más mínimo problema con la censura obras escritas en catalán… de autores católicos). Otros, como mucha más fe católica que Plá, siguieron por esta vía en 1945, cuando el abad benedictino de Montserrat (Aureli Escarré) empezó a preparar las Fiestas de la Entronización de la Virgen de Montserrat junto a Félix Millet i Maristany. La idea, en principio, no era mala: se trataba de “reconciliar” a los catalanes que habían combatido en ambos bandos.
Ibáñez Escofet en su libro “La Memòria és un gran cementiri” recuerda que fue allí en donde por primera vez emergieron los nombres de Ainaud de Lasarte (historiador, luego diputado de CiU), Joan Raventós (luego líder del PSC), Josep Benet (luego líder del PSUC y profesor particular de los hijos de Félix Millet) o el propio Jordi Pujol. El acto es considerado por la historiografía catalanista como el punto de arranque del movimiento que todavía en esa época estaba íntimamente vinculado a las esferas eclesiásticas.

Pero Félix Millet i Maristany participaría en otras dos iniciativas importantes para la reconstrucción del catalanismo político: la creación del Ómnium Cultural (1961) de la que fue primer presidente y en la fundación de Banca Catalana que asumió la financiación del catalanismo. Por lo demás, a partir de 1951, asumió también la presidencia del Orfeón Catalán que ya empezaba a ser una “empresa familiar” de los Millet. A pesar de sus gigantescos recursos, ninguno de los Millet destacó como “líder político”. Cuando se producen los “hechos del Palau”.

En efecto, el 19 de mayo de 1960, cuando se conmemoraba el centenario del nacimiento del poeta Joan Maragall. Una parte de los asistentes cantó el Cant de la Senyera (composición de Lluís Millet sobre un poema de Joan Maragall, compuesta como himno del Orfeón Catalán) en presencia de varios ministros de Franco. Resultaron detenidos los organizadores y sometidos a consejo de guerra, entre ellos Jordi Pujol (que siempre negó responsabilidad en los hechos). El episodio tuvo lugar precisamente en el Palau de la Música. A partir de ese momento, Pujol se convierte en el centro del catalanismo político de postguerra cuyo periplo durará hasta 2003 cuando no se presente de nuevo como candidato a la presidencia de la Generalitat.

El último Millet.

Fèlix María Millet i Tusell era hijo de Fèlix Millet i Maristany. Mientras sus hermanos mayores se dedicaron a ampliar la fortuna familiar al frente del holding bancario (el Vitalicio y el Hispano; y el mayor, Salvador llegará a presidente de La Caixa entre 1980 y 1987), Fèlix fue enviado por la familia a Guinea Ecuatorial cuyo único negocio era el plátano y el cacao. Acabada la aventura africana tras la descolonización, en 1974, participó con otros dos nombres ilustres del catalanismo político, Josep Trias de Bes (militante del PSUC en los 60, pasado al socialismo catalanista en 1973, luego al partido pujolista CDC desde 1976, en 1995 al PP y desde 2009 en UPyD… lo cual no fue obstáculo para que firmara el Manifiesto del Sí al Nou Estatut) y Joaquím Molins (pasado del Centre Catalá en 1976, a UCD en 1979, luego en 1981 a CDC ocupando distintos cargos hasta que se retiró en 2001) en Renta Inmobiliaria Catalana fundada por los hermanos Baquer i Miró (otros apellidos catalanes ilustres). La cosa fue bien hasta que empezaron los problemas. Fèlix Millet acabó quince días en la Cárcel Modelo acusado de estafa y condenado luego por “impudencia” que “facilitó un delito de falsedad”. El País publicó la sentencia el 31 de octubre de 1984. A pesar de que la fiscalía lo solicitó, el tribunal no autorizó el procesamiento de Joaquim Molins y Josep María Trias de Bes, miembro del Consejo de Administración de Renta Catalana. Los perjudicados por la imprudencia de Fèlix Millet y la falsedad de Ignasi Baquer fueron en total 120

Sin embargo desde 1978 fue nombrado presidente del Orfeó Català sustituyendo a otro apellido de “los 300”, Joan Anton Maragall. Éste Maragall, hijo del poeta Joan Maragall y, por tanto, tío del ex presidente de la Generalitat Pasqual Maragall, tiene también una carrera emblemática del camaleonismo de este grupo selecto de familias oligárquicas catalanas: amigo íntimo del alcalde franquista José María de Porcioles, Joan Antón colocará a su sobrino Pascual en el Ayuntamiento –después de que éste formara parte del Front Obrer Catalán y fuera enviado al exilio dorado tras ser desarticulado el grupo-, en la guerra civil había huido a Burgos para ponerse a las órdenes de Franco y trabajar con Eugeni D’Ors –catalanista de derechas como él- y así hasta el inicio de la transición que le coge al frente del Club Catalònia (nacionalistas de derechas.

El mismo año en el que Millet es condenado por el feo asunto de Renta Catalana, se crea la Fundación Orfeó Catalá-Palau de la Música destinada para asegurar la financiación pública a estas instituciones presididas por él. A partir de ese momento se produce la riada de fondos con que la Generalitat obsequia a una de las instituciones que ya han pasado a ser tradicionales en Catalunya y que permitieron ampliar el Palau con unas obras discutibles e innecesarias que, según los expertos, terminarían arruinando la acústica del local.

A lo largo de los 32 años en los que Millet estuvo al frente de la institución, incluso sectores catalanistas –Ernest Lluch, por ejemplo- denunciaron la decadencia de la institución. Paradójicamente, contra más fondos públicos y privados afluían a la entidad, ésta caía en más atonía. Hoy se sabe que los músicos eran becarios y se ignora lo contabilidad real de prácticamente 32 años…

Las 100 familias, las 300 familias, las 400 familias.

Al estallar el Caso Palau, la primera reacción del nacionalismo fue asumir una defensa cerrada de “uno de los suyos”. Oriol Pujol, quinto hijo del expresident de la Generalitat negó las acusaciones y salió en defensa de Millet alegando que se trataba de “un nuevo ataque al país”. La Catalunya “que pesa” conocía perfectamente que el Palau de la Música se había convertido en un semillero de contactos y relaciones económicas que nada tenían que ver con la música. Y si se quería participar en esta trama de reparto de contratas y prebendas que pasaban a través de Millet, había que pagar un peaje: financiar el Palau que era como financiar el huerto de Millet, esto es, al propio Millet. La primera reacción de Oriol Pujol supuso la reacción visceral de un miembro de la oligarquía catalana que consideraba que el ataque contra uno de los suyos, era el ataque contra todos. Pero la abundancia de indicios hizo que esa línea de defensa fuera inmediatamente abandonada so peca de aumentar el descrédito de la oligarquía catalana. Las “familias” de la oligarquía recalibraron pronto su estrategia. Mejor dejar caer durante unos meses a Millet para evitar que la opinión pública se fijara en ellos. ¿Quiénes son estas familias oligárquicas?

Carles Carretero, ex conceller de la Generalitat y ex dirigente de ERC, actualmente embarcado en la aventura independentista del Reagrupament junto al presidente del Barça, Joan Laporta, lo dijo muy claramente el pasado otoño: “no queremos una patria empobrecida en la que 400 personas lo deciden todo y lo reparten todo”. Esta alusión a “los 400” parece enigmática sin embargo deriva de una frase pronunciada por Fèlix Millet i Tusell: “Somos unos cuatrocientos y siempre somos los mismos”, citando como lugares de encuentro el Orfeó Català, el Círculo del Liceo, la tribuna del FC Barcelona y La Caixa… No se trata de los “organismos de gobierno” de la sociedad catalana pero sí en donde se relaciona la gente que tiene poder real. Cuando Josep Lluís Núñez quiso ampliar sus relaciones lo hizo en el marco del Barça. Su problema era que sus apellidos carecían de pedigrí catalanista. No era de los 400… Es curioso que Fèlix Millet se incorporara a la candidatura de Núñez, continuara con el siguiente presidente de la entidad, Joan Gaspart incluso a pesar de que se hubiera presentado en la candidatura rival de Bassat O’Ghilvy… Si Millet fue requerido por Núñez se debió solamente a su “pata negra catalanista”…

Sin embargo, en el libro L’oasi català, de Pere Cullell y Andreu Farras se hablaba de las 100 familias que se reparten el poder en Catalunya y Antonio Santamaria en su artículo en El Viejo Topo, alude a “300 familias” de las que dice Vivens Vives que “ya figuraban en el censo de fabricantes de 1829”. ¿En qué quedamos? ¿100, 300 ó 400 apellidos ilustres componen la oligarquía catalana? Poco importa. Habitualmente los apellidos indican hasta qué punto la endogamia ha mezclado a estas familias (300 según Vicent Vives). Por otra parte, no todas las familias oligárquicas han sobrevivido, algunas se han empobrecido, generalmente a causa de los nietos no estaban a la altura de sus padres y optaron por vender patrimonio en los 80, pateárselo en los 90 y vivir penurias en el siglo XXI. Los que han sobrevivido fueron republicanos bajo la república, franquistas durante el franquismo y demócratas de centro-derecha y de centro-izquierda desde la transición y mañana serán lo que haga falta que sean, impulsados por su espíritu camaleónico.

A lo largo de estas últimas décadas, y ya que había que pasar por la “voluntad popular”, su habilidad ha consistido en legitimar su mecanismo de poder utilizando el catalanismo como elemento emotivo y sentimental para obtener el refrendo de las urnas, pero está bastante claro que para ellos “Catalunya” no es más que una proyección para seguir manteniendo su posición hegemónica. Nacionalistas sobre todo, algunos de ellos optaron por el PSC, como forma de socialdemocracia moderada y teñida de un fuerte sentimiento catalanista cuya tarea histórica fue denunciada por el propio Leguina: “esos chicos que eran progres en su juventud y que hoy nos sirven para que los votantes charnegos no se nos salgan del redil”…

La disposición oligárquica de todo este sector llega hasta el absurdo: Sin ir más lejos, el funcionario del cuerpo de interventores de la Generalitat Enric Fernández Ferrer –que entre el 2002 y el 2005 se encargó de fiscalizar las cuentas del Consorci del Palau de la Música– era la pareja sentimental de Gemma Montull, exdirectora financiera del Palau, imputada en la causa e hija de Jordi Montull, mano derecha de Fèlix Millet y administrador del consorcio Orfeó-Palau. Fernández pagó con fondos del Palau obras valoradas en 97.000 euros en una casa propiedad de él y de su pareja en Teià (Maresme)… Éste era el funcionario que debía censurar las cuentas del Palau…

La vergüenza de la familia Millet se llama hoy “Félix Millet i Tusell”. Se ignora la cantidad total que defraudó del Palau de la música. Joaquín Leguina lo cifraba entre 20 y 30 millones de euros… Era, como casi todo en Catalunya –en donde la alta burguesía oligárquica se ha comportado con una completa impunidad desde el Caso Banca Catalana en donde una parte sustancial de los “patas negras catalanes” aparecían- un secreto a voces que la prensa catalana callaba y de la que no venían proliferando anónimos, informaciones, denuncias e investigaciones periodísticas jamás publicadas.

Otros apellidos catalanes ilustres le obsequiaron con la “Creu de Sant Jordi” (que le fue entregada por Jordi Pujol) y la “Clau de la Ciutat” (entregada por Maragall). El juez Solaz lo dejó con cargos pero sin fianza.

Por su parte, Montull –otro apellido “pata negra catalán”- se limitaba, como señaló la prensa, a “exhibir un papelito con algún post-it como remedo de rendición de cuentas, y su jefe prometía con poco entusiasmo y menos intención enviar más información a los pocos que hacían alguna pregunta”. A lo cual seguía siempre una lacrimógena petición de fondos realizada por Millet para mover los corazoncitos de la oligarquía catalana con cuatro frases sobre, sí, sobre la “construcción nacional de Catalunya”. El dinero servía sólo para alimentar el ritmo de vida de los Millet, reformar sus lujosas viviendas, viajar a todo a los mejores destinos con la familia y llenar de billetes su caja fuerte.

Tras el procesamiento de Félix Millet se hizo cargo del Palau, Mariona Carulla, otro nombre destacado de “los 300”, hija de María Font, viuda de Lluís Carulla i Canals (1904-1990). Hijo de una familia de farmacéuticos, Lluís Carulla creó en 1937 la empresa Gallina d’Or que luego se transformaría en Gallina Blanca, actualmente con presencia en 100 países con el nombre de Agrolimen. Carulla, otro de los financiadores del catalanismo en la postguerra, fue uno de los impulsores en 1961 de Òmnium Cultural junto a Fèlix Millet. Hoy, 165 “patronos” y 200 empresas constituyen lo esencial de la financiación del Palau de la Música Catalana, una institución que para siempre quedará ligada a uno de los episodios más bochornosos de la corrupción en España.7

En el fondo, Millet –y con él buena parte de los 300- están convencidos de que Catalunya es su huerto familiar y pueden disponer de él a su antojo. Y la verdad es que han venido haciéndolo en los últimos 100 años.


Pretoria construido con la misma materia que el Palau


A pocas semanas de la puesta en libertad sin fianza y con cargos de Fèlix Millet estallaba otro escándalo que apuntillaba la pretendida superioridad moral del nacionalismo catalán y derruía su presunto “amor per la terra”, reduciendo a ceniza toda la retórica sobre la “construcción nacional de Catalunya”. El concepto antropológico de “seny” (sensatez, cordura, sabiduría, serenidad en el juicio) catalán, quedaba así mismo pulverizado. La Operación Pretoria, en efecto, llevó a la cárcel a los que habían sido brazos derecho e izquierdo de Pujol durante los veinte años que duró su gestión al frente de la Generalitat: Maciá Alavedra y Lluís Prenafeta, así como a destacados miembros del Partido Socialista.

En efecto, el 27 de octubre, por orden de a Audiencia Nacional se produjo la detención del alcalde de Santa Coloma de Gramanet, Bartomeu Muñoz i Calvet por posibles delitos de asociación ilícita, cohecho, fraude de subvenciones, exacciones ilegales y falsedad en documento público y mercantil… Resultó detenido también el concejal de urbanismo Manuel Dobarco. El daño causado a las arcas públicas en Santa Coloma ascendía según la primera estimación a 18.377.000 euros… no estaba mal para una ciudad en su inmensa mayoría de origen modesto o muy modesto.

Santa Coloma en 1975 tenía 140.000 habitantes, pero en los últimos años, la llegada masiva de inmigración del Tercer Mundo no ha podido compensar el retorno de 20.000 inmigrantes andaluces que llegaron en los años 50-70. Bartomeu Muñoz, alcalde de la localidad, es hijo del último alcalde franquista de la misma población, Blas Muñoz, que amasó unos cuantos millones antes de ser procesado por el Tribunal de Contrabando y Defraudación, tras lo cual entendió que los buenos negocios solamente se hacían a la sombra del poder, ingresando en el Movimiento en 1964. Apoyado por Martín Villa, gobernador de Barcelona, “papá Muñoz” se convirtió en alcalde. En ese momento, era propietario de 500 viviendas en la ciudad, su hijo cobraba los alquileres. Ya como alcalde fue acusado de prácticas usureras, pero misteriosamente –según se dice por presiones del gobernador civil- el caso no prosperó. En 1977, Muñoz hizo lo mismo que otros miles de arribistas municipales: presentarse como candidato de UCD. Perdió por supuesto la alcaldía conservando una poltrona en el ayuntamiento.

Gobernada la ciudad primero por el PSUC y desde 1981 por el PSC que llevó a Manuela de Madre a la alcaldía, luego fue el hijo del propio Muñoz, Bartomeu Muñoz, quien la sustituyó también con la etiqueta “PSC”. Un Muñoz se había acostado como alcalde franquista y otro Muñoz se despertaba como alcalde socialista. Milagros del camaleonismo. Bartomeu Muñoz, alcalde de una ciudad suburbial del cinturón industrial de Barcelona, vivía en las inmediaciones del parqué del Turó, uno de los lugares más exclusivos de la capital catalana. Milagros del populismo socialista. Pero se produjeron más milagros.

La “sociovergencia” es un invento reciente de sectores de PSC partidarios del pacto con CiU para gobernar Catalunya tras las próximas elecciones autonómicas, pero otros ya estaban poniendo en práctica la “sociovergencia” desde hacía más de una década. Era un feo asunto de corrupción…

Cuando abandonaron el poder, los brazos derecho e izquierdo de Pujol, Maciá Alavedra (exconseller de finanzas de Pujol) y Lluís Prenafeta (Secretario de la Presidencia) se dedicaron a “captar presuntamente el dinero negro de la evasión fiscal de la burguesía hacia el paraíso fiscal de la isla de Jersey, fonos que posteriormente eran blanqueados en operaciones urbanísticas en el área metropolitana de Barcelona” (Antonio Santamaría, El Viejo Topo). Algo de esto fue detectado ya en 1997 cuando un diputado socialista, Luís García Sáez (a) “Luigi”, “operaba como mediados y comisionista entre los evasores fiscales, los ayuntamientos socialistas y los promotores inmobiliarios”. Poco después, en 1999, “Luigi” fue expulsado del PSC por otra estafa en obras públicas en Mataró y Olesa en lo que se llamó Caso AGT. Entre otros imputados en este caso (que misteriosamente se archivó) figuraba también Josep María Triginer, líder de la Federación Catalana del PSOE en los años 70. Santa Coloma era uno de los pocos lugares en donde el PSOE tenía una mínima base militantes, la mayoría juvenil y ajena a las otras dos componentes mayoritarias del socialismo catalán (el PSC-R y el PSC-C).

“Luigi” fue diputado nacional por el PSOE-PSC durante 12 años. Otros miembros del PSC fueron imputados con él en la Operación Pretoria demostrando que las “expulsiones” son apenas meros maquillajes cosméticos, pero en absoluto medidas que impliquen el final de los vínculos de un presunto corrupto con sus antiguos camaradas de partido. Entre otros detenidos figuraba también Genis Carbó, ex jefe de Planificación Territorial de la Generalitat y coordinador del Plan Metropolitano de Barcelona, Doris Malfeito, esposa de Alavedra, Antoni Jiménez, concejal socialista de Montcada i Reixac y el ex alcalde del PP de Sant Andreu de Llavaneres.

Lo que emergió de la Operación Pretoria fue una red “transversal” de corrupción que estaba por encima de los fraccionamientos políticos y que abarca a las dos columnas sobre las que se sostiene la política catalana en las últimas décadas: el PSC y CiU. No se trata, contrariamente a lo que alega la versión oficial, de una corrupción coyuntural, sino absolutamente anidada en las estructuras de poder y que ha gozado de completa impunidad. Se trata de una corrupción que afecta a las cúpulas del PSC y de CiU y que no es de ahora, sino que se remonta desde principios de los años 80.

Cuando presuntamente Alavedra y Prenafeta estaban llevan a cabo las actuaciones corruptas que desencadenaron la Operación Pretoria ocho años después, éste último impulsaba en 2001 la Fundación Catalunya Oberta, cuyos estatutos afirman que es: “es una entidad independiente enmarcada en la ideología liberal” que “tiene como objetivos analizar, defender y promover los valores de la sociedad abierta, la libertad, la democracia y la economía de mercado”. Maciá Alavedra era uno de los miembros de esta fundación catalanista y patriótica… Una vez más, el patriotismo se había convertido en la última trinchera de los bribones.

De la omertá al Nou Estatut

En un debate sobre el hundimiento del barrio de El Carmelo el 4 de marzo de 2005 Pasqual Maragall, entonces president de la Generalitat de Catalunya, aseguró en el Parlamente que “el problema de CiU se llama tres por ciento” en una clara y diáfana alusión al cobro de comisiones en la adjudicación de obras. Inmediatamente, Artur Mas, jefe de la oposición y dirigente de CiU reaccionó inmediatamente pidiendo que retirara esta alusión para “no poner en peligro la legislatura y la reforma del Estatut”.

La alusión al “3%” sacudió a la sociedad catalana en un momento en que el hundimiento del barrio de El Carmelo había generado una notable convulsión al saberse que era posible realizar el trazado de los túneles de metro de Barcelona por un procedimiento más seguro y barato. En torno a 3.000 vecinos habían tenido que cambiar de alojamiento y muchos de ellos habían perdido todo su patrimonio y sus recuerdos en el hundimiento de un bloque de viviendas populares. La concesión de las obras del Metro que habían provocado el hundimiento de El Carmelo se había realizado durante el gobierno de CiU. La alusión de Maragall se refería a que el 3% de la adjudicación de contratos en obras públicas revertía en los partidos de gobierno entregado por los beneficiarios de la contrata.

En aquel debate no se entendió bien la velada amenaza pronunciada por Artur Mas: “no olvide que, en los próximos meses, entre PSC y CiU hemos de hacer cosas muy importantes al servicio de este país (…) y para ello es muy necesario que entre ustedes y nosotros siga existiendo un cierto círculo de confianza política, que no es de amistad, de intentar hacer cosas juntos al servicio de nuestro país. Le pediría que no se rompa”. Mas se refería a la reforma del Estatut, en cuyo trasfondo lo único que realmente importaba a la clase política catalana era la posibilidad de manejar más fondos que hasta ese momento estaban a cargo del Estado. No es lo mismo un 3% sobre 100 que un 3% sobre 1.000… Mas terminó su velado ataque con estas palabras: “Usted manda la legislatura a hacer puñetas, supongo que es consciente”, pidiendo acto seguido que retirara su expresión para “restablecer este mínimo de confianza que el país necesita”. Era un grito a favor de la impunidad: yo olvido los muertos en tu armario y tú olvidas a los muertos que tengo albergados en el mío…

Maragall tardó pocos minutos en retirar sus palabras, explicando que “lo hago por una sola razón, que interesa mucho al país, y es que Cataluña tiene de ahora en adelante cosas muy importantes que hacer, y espero de usted y de su grupo que estén en condiciones de cumplir su parte de obligación en los meses que vendrán, en los que se jugará el Estatut de Cataluña, la Constitución Española y, en buena medida, nuestro futuro”. Todo era pura retórica: la demanda social de un nuevo Estatuto era cero, literalmente no interesaba a nadie en la sociedad catalana, tan solo había reavivado un poco más la rapacidad de la clase política autonómica.

El rifirrafe parlamentario se prolongó todavía un poco más: “si en algún momento ustedes tienen alguna sospecha de lo que sea- prosiguió Artur Mas- hagan el favor de hacer aquello que se ha de hacer, vayan a los tribunales y presenten las demandas que hagan falta, pero dejen de extender por todas partes la sombra de la sospecha, porque ustedes no lo pueden hacer por trayectoria y no lo han de hacer sobre todo mirando hacia el futuro”. Y Maragall dio una nueva vuelta de tuerca: “Ustedes se han sentido atacados por una acusación que de alguna manera ven como verídica, porque si no, no se entendería el tono de su intervención”, ha apuntado Maragall, añadiendo luego que “CiU ha roto una regla, que en este Parlament se había respetado siempre, que era el respeto entre diputados y al presidente de la Generalitat, y esto algún día les pasará factura”…

Lo que siguió fue antológico: ningún partido catalanista tuvo el más mínimo interés en crear una comisión parlamentaria que investigara la misteriosa alusión al 3% que había generado la reacción desproporcionada de Mas. El tema se enterró primero en el Parlament y posteriormente en los medios de comunicación catalana.

El resultado de la “crisis del 3%” fue que la clase política catalana cerró filas ante el peligro de quedar evidenciada ante la opinión pública. De ese consenso surgió el acuerdo para avanzar hacia la redacción del “nou Estatut”: tapar las vergüenzas hoy para tener más vergüenzas que repartir mañana…

Cuando casi simultáneamente estallaron en 2009 los Casos Palau y Pretoria quedó evidenciada la responsabilidad de todos los partidos políticos catalanes en la opacidad en el manejo de fondos públicos, la financiación ilegal de estos partidos y los canales de enriquecimiento de la clase político. Y es que un 3% da para mucho y con el Nou Estatut dará para todavía más. Poco importa que los tribunales, ni los censores de cuentas hayan entrado a fondo en esta cuestión, lo que importa es que el electorado catalán lo ha percibido como realidad y en las últimas elecciones municipales de 2007 generaron algo más de un 50% de votos en blanco y nulos y de abstenciones en un municipio de buen nivel cultural y alta participación: la Ciudad Condal de Barcelona.

La oligarquía catalana y su tupida red

Jordi Pujol siempre ha sido un “hombre de país” más que un “hombre de partido”. Sabe perfectamente que los partidos son necesarios solamente para ganar elecciones, pero que se trata de organismos que no representan “opiniones” sino “intereses”. Y, para Pujol, no es bueno que todos los intereses pasen por los partidos. De ahí que tanto durante el franquismo como en la transición siguiera proclamando la “necesidad de hacer país” (expresión popular que los intelectuales nacionalistas siempre han traducido como “construcción nacional de Catalunya”). Y para “hacer país” es preciso renovar las estructuras de las élites económicas. De lo contrario podría aparecer en cualquier caso un avatar del lerrouxismo que durante décadas contuvo la expansión del catalanismo político e incluso le infringió derrotas históricas a principios de siglo.

De ahí que durante los años de poder, Pujol facilitara la creación de un nuevo stablishment político. Para ello facilitó la creación de nuevos think-tanks o bien promovió la renovación de otros, el Círculo de Economía, por ejemplo, de carácter liberal y desde luego mucho menos conservador que el Círculo Ecuestre (fundado en 1856 y cuya misión en los años 80 y 90 fue simplemente la unión entre los catalanes que colaboraron con el franquista –de hecho que impulsaron el franquismo en Catalunya- con los que en la transición se arrimaron al catalanismo político). El Círculo Ecuestre presidido fue presidido durante un tiempo por Manuel Carreras, que era, al mismo tiempo… vicepresidente del Palau de la Música. Otros nuevos think-tanks generados al efecto fueron el Instituto de la Empresa Familiar (impulsado por Leopoldo Rodés, también con vocación artística que le llevó a la presidencia del patronato de la Fundació Macba). El pujolismo (y mucho más que él, la oligarquía catalana que encarnaba) a fin de eternizarse en el poder, articuló las asociaciones más representativas de las distintas familias oligárquicas en el llamado Grupo 16 o G-16.

El 15 de diciembre de 2008, el diario Expansión publicaba un artículo en el que denunciaba que “Los pesos pesados del tejido asociativo se reúnen cada dos meses con el objetivo de debatir sobre las cuestiones que más preocupan a Barcelona”. Se trataba del llamado G-16, que Expansión definía acertadamente como “una especie de sanedrín que reúne a las principales instituciones de la sociedad civil catalana”. La palabra sanedrín es seguramente la que mejor le conviene. Apenas aparece públicamente, “tampoco emite notas de prensa, estudios de opinión ni realiza informes: su máxima es la discreción”. Cada dos meses, los miembros del G-16 se reúnen para “comentar los asuntos que preocupan y afectan a Barcelona y Catalunya”. Allí acuden los presidentes de las dieciséis principales instituciones del ámbito empresarial, deportivo y cultural de Barcelona, desde el Barça al Círculo del Liceo, pasando por el Orfeó Català, el Ateneu Barcelonès, la Cámara de Comercio, el Polo, el Club de Tenis, el Círculo Ecuestre, el Real Automóvil Club, el RCD Español e incluso el Centre Excursionista de Catalunya.

Solamente pueden asistir los presidentes de las dieciséis entidades miembros del Grupo, que no pueden delegar su representación. Discrección y reserva, casi clandestinidad, son los pilares de su funcionamiento. Las comidas –añadía Expansión- nunca tienen lugar en un restaurante, sino en las sedes o instalaciones de las distintas entidades. El calendario de encuentros se intenta que coincida con eventos organizados por los propios socios del G-16: “Por ejemplo, es habitual reunirse en el Club de Tenis Barcelona con motivo del Trofeo Conde de Godó. Otra cita tradicional es el concurso de saltos que organiza el Real Club de Polo”.

Su impulsor a principios de los 80 era Francisco Mas Sardà miembro de una conocida familia de banqueros, que entonces presidía el Círculo del Liceo, el cual concibió la idea de reunir con periodicidad a las principales instituciones de la sociedad civil. Le sucedió como impulsor Alfredo Molinas –presidente de Fomento del Trabajo, la patronal catalana– quiso continuar con la idea que amplió el grupo a once miembros y luego a dieciséis. Entre otros participan los presidentes del FC Barcelona y del RCD Español, Joan Laporta y Sánchez Llibre. Uno de los miembros del G-16 era, por supuesto Félix Millet.

Camaleonismo político en Catalunya de ayer a hoy


Algunos se sorprenderán al conocer las relaciones que unían a Millet y José María Aznar. Los Millet, siempre dispuestos a practicar el camaleonismo político no han dudado nunca en aproximarse a quien manda en cada momento, evidenciando que el nacionalismo catalán sistemáticamente antepone sus intereses a los ideales patrióticos. Durante su segunda legislatura, Aznar conoció durante una visita al Palau de la Música a Fèlix Millet. Este primer encuentro tuvo como consecuencia la entrada del Ministerio de Cultura en el Consorcio del Palau, dato importante porque hasta ese momento la entidad solamente había sido gestionada por catalanes. La cosa se entiende mejor si tenemos en cuenta que Millet se las arregló para que el presupuesto de reforma del Palau se elevara de 9 millones de euros a 24, una parte importante de cuyo coste fue asumido por el Estado Español. En contrapartida, Millet se integró en la FAES, la fundación presidida por José María Aznar tras la derrota del PP en 2004… Cuando estalló el Caso Palau,
FAES hizo pública una nota en la que afirmaba que “prescindieron de Fèlix Millet como miembro del Consejo Asesor del Instituto Catalunya Futur-FAES porque su implicación fue cero”.

Como siempre la alta burguesía catalana antepone los intereses a los valores, incluidos al catalanismo mismo. Cuando el Conde de Güell vio que la agitación obrera en Barcelona era de tal magnitud que solamente el Ejército Español podía salvar sus intereses, atenuó su “nacionalismo” y sus herederos llegaron a regalar la casa de los Güell a Alfonso XIII para mejorar las relaciones. Esa casa era el Palacio de Pedralbes en donde residía Franco durante sus visitas a Barcelona. Antes, eso sí, los Güell destrozaron una pila de mármol en la que caía el agua de una fuente diseñada por Gaudí en el jardín de la mansión. Los años hicieron que la maleza cubriera los restos de esa fuente y que, destrozada, fuera encontrada a finales de los años 60: aun destrozada se podía percibir que estaba adornada con las cuatro barras catalanas, los Güell se habían preocupado de desfigurarla no fuera a ser que lo monarquía y el ejército que debían salvar sus intereses se lo tomaran a mal… El camaleonismo político de la alta burguesía catalana no es nuevo.

En los mismos años en los que Millet entraba a formar parte del patronato de FAES, recibía en su despacho –se rumorea que por indicación de Artur Mas- a Ángel Colom i Colom, alias “sis ales”, entonces presidente del Partit per l’Independencia, una atrabiliaria formación política escindida de ERC cuando se agotaron las líneas de crédito en esa formación, del que formaba parte también Joan Laporta. El PI había dejado deudas multimillonarias que Millet estaba dispuesto a encontrar a “paganos” que las cubrieran. Desde la derecha españolista hasta la izquierda independentista, Millet estaba por encima de cualquier ideología política y de cualquier patria, y trataba solo de generar una propia red de intereses.

Lo que han demostrado los Casas Palau y Pretoria

- La existencia de una oligarquía económica en Catalunya.

- El carácter camaleónico y arribista de esa oligarquía.

- Su utilización del catalanismo como excusa emotiva y sentimental para ocultar su red de intereses oligárquicos.

- El carácter institucional y estructural de la corrupción en Catalunya.

- La transversalidad de la corrupción en Catalunya que ha abarcado desde el PP, FAES, hasta CiU, el PSE, el independentismo.

- La existencia de redes que centralizan el poder económico de la oligarquía catalana.

- El carácter subordinado de los partidos políticos catalanes a los intereses de esa oligarquía.

- El valor “interés” situado por encima del valor “Catalunya” para la oligarquía catalana.

- La permanencia de estos 300 linajes oligárquicos desde el primer tercio del siglo XIX en los mecanismos de poder.

- Las razones de la población catalana para inhibirse de los últimos procesos electorales que han registrado niveles de abstención inéditos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario