martes, 3 de enero de 2012

ESTÉTICA Y POLÍTICA. Félix de Azúa. El Libro de Estilo de Catatònia Triomfant (8)

“En mayo de 1991 el Círculo de Bellas Artes de Madrid orga­nizó unas Jornadas de Filosofía y pidió a los participantes un breve escrito en el que debíamos resumir lo que llamaban nuestra «estrategia de pensamiento». 


La mía era ésta. 
 

Hoy creo que ya no me hace falta:




 Resumirse a uno mismo en cinco folios es un excelente ejercicio de masoquismo, pero tan inútil como imposible. 0 faltan cien, o sobran cuatro folios. Trataré de que sobren cuatro.

De entre los múltiples objetos que pueden darse a pen­sar, elijo uno por su proximidad a mi departamento, el de Estética. Es un problema cuyo radio de acción ocupa un cierto espacio social y es capaz de afectar a otras disciplinas muy alejadas de la Estética. Ese objeto es, además, lo más parecido a una improbable «estrategia de pensamiento» que pueda yo presentar en estas Jornadas.

El objeto podría enunciarse así: una vez extinguidas las artes tradicionales, ¿pueden pensarse las condiciones de su extinción? ¿Tienen alguna relación con la invasora artistici­dad que diseña el campo social de la modernidad? ¿Son his­toriables esas condiciones, o están fuera del alcance de la historia?

Algunos capítulos de la reflexión serían:
1)    Progresivo aplastamiento de las artes, desde el Rena­cimiento, por causa de su teorización.
2)    Sustitución, en la modernidad, de la ciencia y la filo­sofía, campos clásicos de la verdad, por las artes.
3)    Extinción de las artes, convertidas en metodologías de la verdad.

En este proceso tiene cierta relevancia el juicio de Nietzsche según el cual, en la modernidad, las artes son un asunto mucho más serio que la verdad. Habría, quizás, que escribir «la verdad»; es decir, la verdad de la inversión del platonismo.

Algunas consecuencias y metáforas sociales pueden ser­vir para ilustrar el problema. Así por ejemplo: sólo cuando la política se estetiza, es posible producir una obra de arte racial (el Germano, el Ario), y proceder al derribo y remo­delaje de todo aquello que se aparta del estilo diseñado, sea «el Judío», «el Gitano», «el Moro», o «el Levantino». Lo esencial de los proto-estilos raciales estriba en su no-ser.

La preponderancia tanática de «el Judío» es un efecto especta­cular, pero «judío», en la artisticidad nazi, quiere decir, tan sólo, «sin estilo propio». De ahí que el Ario no se sintiera «enemigo» del Judío; a las razas inferiores les faltaba estilo incluso para establecer con ellas una buena enemistad. La aplicación del diseño racial, en la actual limpieza étnica balcánica, da índices de su progresiva complejidad.

Independientemente de otros análisis posibles, el diseño artístico de nacionalidades (o naciones) es un campo ape­nas explorado, que tiene caracteres propios en la moderni­dad y está esperando seria investigación.

La suplantación del «sentimiento patrio» por la «identidad nacional» o per­tenencia a una nación-estilo es un fenómeno notable y de sorprendente crecimiento. La destilación artística de identi­dades nacionales, plena y sanamente nihilistas, es un rasgo característico del siglo xx, acelerado, quizás, por el paso de la ciencia histórica a artisticidad histórico-narrativa.

0 bien la trivialización de los procesos democráticos, convertidos en espectáculos artísticos enteramente separa­dos del ámbito moral que les servía de sustento durante la pre-modernidad. La producción de política es ahora cui­dada con habilidad, bellamente presentada, y entendida como una acción sin finalidad. 0 con la única finalidad de alimentar la dinámica de la voluntad, en tanto que voluntad de voluntad.

Los llamados criterios de «eficacia» son, en realidad, criterios de «éxito», como en el cine y la televisión, sin posibilidad de continuidad más allá del propio éxito. Los gobiernos cambian como cambian las carteleras, según su mayor o menor éxito de público, mensurable por taquillaje.

Como es lógico, el proceso de estetización total se sos­tiene sobre la masa generadora de opinión, ya que el anti­guo criterio de «verdad», «mentira» o «error» ha sido susti­tuido por el de «opinión pública». El único criterio de realidad lo otorga la opinión pública, y siendo así que la opinión pública se modela, se esculpe o se forma, las técni­cas artísticas de modelado y formación de masas son el único instrumento de medición de la verdad.

Pero, además, la opinión pública debe cambiar continuamente para man­tenerse como opinión total, de modo que el diseño tecno­artístico de lo real se produce todos los días y es el único efecto de significado capaz de subsistir a la rapidísima con­sumición de significados impuesta por el estado-espec­táculo.

Tomemos el ejemplo de esta reunión. Los congresistas hemos acudido para producir un estado de opinión pública que permita la existencia real de tal cosa como «pensa­miento español contemporáneo». Para conseguirlo, varios grupos de ciudadanos actuamos la representación del pensamiento en público. Los media diseñan esa realidad creada, y las masas acogen con satisfacción la existencia de pensamiento en España hoy. Pero es evidente que ni aun los propios actores habrían admitido tamaña conclusión, no al cabo de dos días, sino al cabo de diez años, en su con­dición de particulares (no de actores sociales). Sin em­bargo, acudimos y actuamos sin el menor cinismo porque partimos del convencimiento de que ése es el estado real del pensamiento: su acelerada transformación en produc­to artístico. Lo mismo podría decirse, claro está, de las ciencias.
Es evidente que «denunciar» esta situación desde los mecanismos que la constituyen sólo consigue acelerar el proceso de estetización. En consecuencia, toda «denuncia» pública del proceso de estetización total contribuye a ese proceso. No puede probarse que no sea conveniente acele­rar ese proceso.

Que el proceso de estetización total supuso la extinción de las artes tradicionales, o que la extinción de las artes tra­dicionales (convertidas en movimientos o vanguardias de Estado) era tan sólo el primer momento de autoconciencia de este proceso, es algo por decidir.
La asimilación de las artes por parte de las técnicas está todavía en un estadio muy primitivo y no podemos adivinar lo que la industria tecno-artística producirá en un ámbito cada vez más propi­cio y abierto. Algunas patentes biológicas y los prototipos que esperan una decisión legal sobre la propiedad privada de los productos de ingeniería genética, sugieren ideas. Pero son, aún, embrionarias.

Resulta estimulante observar que en 1953 Heidegger ad­virtiera ya sobre la producción de materia prima «humana», y que en cuarenta años se haya avanzado tanto en esa direc­ción. Siendo la industria del ocio la más rentable, sólo es preciso superar el prejuicio nostálgico e interesado de algu­nas instituciones (no de las masas, las cuales esperan la no­vedad para poder tener opinión y por tanto realidad) para que se abra el verdadero espacio de lo temo-artístico que ahora sólo adivinamos larvado.

En resumidas cuentas: Hegel propuso una Estética en tanto que Filosofía del Arte, pero la dejó truncada en el aca­bamiento de las actividades artísticas del mundo pre-mo­derno, en el momento de cristalización de las naciones-es­tado y las sociedades de masas. El campo de investigación de los objetos que la Filosofía del Arte debe ahora analizar ha de extenderse a los objetos artísticos del mundo mo­derno y tardo moderno, objetos con una complejidad de se­gundo orden, y a sus campos gravitatorios asociados.

Obje­tos como las metrópolis industriales, que Benjamín ya dictaminaba como objetos de reflexión estética; campos como el de la técnica, en el mencionado ramal heidegge­riano de la Estética; eventos como el III Reich, al que Hanna Arendt veía como un suceso clarificable tan sólo desde el análisis estético. Etcétera.

Evidentemente, si un objeto como el III Reich toma la consideración de producto artístico, toda la producción ar­tística de Occidente se ve afectada á rebours. Sin embargo, no hay ruptura entre las técnicas de producción de dioses y templos en el mundo pre-moderno, y las técnicas de pro­ducción de identidades nacionales, o de objetos vivientes de laboratorio con finalidad lúdica, en nuestro propio mundo. Sólo la continuidad de un asalto sobre el mundo, con crisis, pero sin interrupción, para convertirlo en almacén de cosas cuya perpetua metamorfosis sin finalidad alimenta a la vo­luntad de voluntad y su constante fabricación de signifi­cados.


Sé que el objeto de reflexión que he elegido tiene un in­terés muy secundario. Al menos, de momento. Por esta ra­zón, pido excusas a mis colegas por haberles hecho perder unos minutos, y les exhorto a la benevolencia. Sólo puedo justificarme alegando que ésta es, de haber alguna, la «es­trategia de pensamiento» que puedo presentar en público.”




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